Artículo publicado en la Revista de Estudios Políticos, nº 189-190, 1973, páginas 5-40
Un análisis de la Historia irlandesa, y a forticm de la de Irlanda del Norte, no puede ser realizado fuera del contexto británico en el que, dicho sea de paso, se introduce formalmente a partir del siglo XII. Pero los factores históricos que con tanta fuerza pesan hoy en el conflicto nordirlandés quedarían incompletos si no se hiciera una referencia, por breve que esta sea, al período inmediatamente anterior a las primeras invasiones inglesas en el reinado de Enrique II. Y es que, como ha señalado D. Thornley, el ideal céltico comienza a forjarse con las oleadas de esta etnia que se producen a partir del siglo IV, «bridges a millenium» entre la Europa de los monasterios y la Europa de Mazzini (i).
Los celtas, al imponer su hegemonía o al expulsar a los anteriores habitantes, no trajeron consigo, ni mucho menos, la unidad política de la isla, que llegó a estar dividida en más de un centenar de reinos minúsculos. Es cierto que se podría hablar de unos Reyes supremos en las personas de los O’Neill, Reyes de Tara, pero tal unidad habría sido más teórica que práctica, limitándose a la percepción de tributos del resto de los pequeños reinos, sininfluir realmente en el gobierno de los mismos. A pesar de todo, la cultura
gaélica, la lengua, la religión y una peculiar concepción del derecho que consideraba
al grupo familiar, más bien que al individuo, como titular de la propiedad, pondría las bases de una unidad cultural que, reforzada por el cristianismo (2), supondría un sistema esencialmente diferente del inglés. Su recuerdo daría más tarde, en la época de las nacionalidades políticas, cohesión y confianza en sus demandas de separación política de ambas islas, a aquellos quebuscaban la racionalización de sus agravios económicos, políticos y religiososcontra el Gobierno inglés. Y ello, a pesar de que ya en las postrimerías de laAlta Edad Media, la degeneración de la Iglesia irlandesa, además de otrosfactores, significaría el comienzo del declinar de la cultura gaélica, en un paréntesis larguísimo que no se cerraría hasta el período contemporáneo.
En el Medievo, las continuas luchas entre los distintos reyezuelos celtas, que reclamaban para sí la suprema magistratura de la isla, facilitarían primero las invasiones de los pueblos escandinavos, que no dejarían de marcar su impronta al introducir, por ejemplo, la vida urbana, y acelerar el comercio marítimo. Y, vencidos los daneses, un nuevo elemento extraño penetraría, esta vez con mayores consecuencias, en la historia de la isla. Los reyezuelos, que ya habían usado los servicios de las armas vikingas en sus contiendas civiles, solicitaron, mediado el siglo XII, ayuda del otro lado del canal de San
Jorge. Diarmaid Mac Murchadha, «Rey» de Lainster, que encuadraba en sus ejércitos a las fuerzas de los señores anglonormandos (3), estaba muy lejos de suponer que un día sería el símbolo de la traición en el movimiento nacionalista irlandés (4). Y, sin embargo, acababa de poner en contacto a dos culturas, a dos pueblos cuyas relaciones, en adelante, serían de desigualdad, de dominio y de subordinación del uno respecto del otro.
En efecto, el temor de los Monarcas ingleses, a la sazón Enrique II, de ver constituirse un poder independiente en la otra isla, les llevaría a solicitar bula papal para intervenir en Irlanda. La concesión no se haría esperar; y a ello contribuiría, sin duda, la peculiar situación de la Iglesia irlandesa, que haría
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