Artículo publicado en el El País el 25-X-1990 en el especial «La URSS de Gorvachov» con motivo de su visita a España.
El miedo a una revancha, alentado por algunos grupos, podría favorecer un golpe de Estado
Todas las informaciones parecen apuntar hacia el hecho de que la URSS está sumiéndose en un verdadero caos económico y administrativo. El desabastecimiento de bienes de primera necesidad es cada vez más dramático. Los soviets no terminan de ponerse en marcha con su nueva organización, que con frecuencia está siendo modificada incluso antes de empezar a funcionar.
Las repúblicas aprueban leyes que muchas veces dan la impresión de ir en contra de la Constitución de la Unión, sin que los órganos competentes puedan intervenir ni de jure (existe un compromiso, en forma de disposición del Congreso de Diputados, en el sentido de que el Comité de Vigilancia Constitucional no entra a entender de los conflictos que enfrentan a la Unión con las repúblicas en tanto en cuanto no sea elaborada la nueva Constitución, ni de facto.
Dentro de la propia República Rusa, prácticamente todas las repúblicas autonomías se han proclamado soberanas o tienen intención de hacerlo; incluso alguna formación estrictamente administrava-territorial lo ha hecho también. Y otro tanto sucede en otras repúblicas, como en Moldavia, donde hay intentos de proclamar las repúblicas de los Gagauzos y la RSS Moldava Pridnestrovskaia.
Pero no se trata tan sólo de conflictos entre repúblicas más o menos soberanas. También hay disputas entre comarcas, algunas se niegan a facilitar materias primas si otras no les envían los alimentos estipulados. Las discrepancias alcanzan a los propios distritos de las grandes ciudades. Cierto o no, ha circulado el rumor según el cual el presidente del Soviet de Moscú, el reformista Gavril Popov, había amenazado con dimitir si en los distritos no se ejecutan las decisiones del Mossoviet. La desintegración no deja de recordar la situación de los principados rusos en el siglo XIII, antes de que fueran presa de las invasiones tártaro-mongólicas. Claro que ahora está por ver quiénes harían el papel que las hordas asiáticas cumplieron tan trágicamente entonces…
Tradición
Además, la falta de tradición democrática – se deja ver de forma cada vez más alarmante. A veces uno cree encontrarse en la España del trienio liberal, a la vista de la costumbre que algunos sectores tienen de organizar manifestaciones ante el Kremlin o ante los Parlamentos republicanos cuando los representantes populares están reunidos. Así sucedió de nuevo recientemente con ocasión del comienzo del cuarto periodo de sesiones del Sóviet Supremo, cuando, dicho sea de paso, algunos parlamentarios hicieron una propuesta en el sentido de nombrar una comisión para-dialogar con los manifestantes. ¿Y cómo no recordar que el propio Sájarov (con todos los respetos para la figura de tan extraordinario ser humano), juntamente con algunos destacados miembros de la oposición, intentó organizar una huelga con ocasión del inicio del II Congreso de Diputados de la URSS? En relación con todo ello, el autor de estas líneas recuerda la sorpresa y el interés con que dirigentes comunistas de la oblast (distrito) de Voronez le escuchaban cuando les comentaba que las asonadas suelen estar prohibidas en las Constituciones democráticas, y que la propia Constitución española lo hace en su artículo 77.
La URSS se encuentra con este panorama desolador a pesar de que han sido aprobadas varias leyes de reforma constitucional; o tal vez porque, aunque han sido aprobadas no se aplican en algunos de sus más importantes aspectos. Así, por ejemplo, si bien el multipartidismo es ya una realidad, no lo es aún la privatización de los medios de producción, y en concreto, de la tierra. Ésta es la explicación que darían, por ejemplo, Boris Eltsin, o el catedrático de Derecho Económico y actual presidente del Soviet de Leningrado, Anatoli Sobchak o Stanislav Shatalin, el conocido coautor de alguno de los programas de transición a la economía del mercado.
Como quiera que sea, lo cierto es que la población no oculta su desasosiego. Por doquier se pide con insistencia un poder fuerte, en manos de un presidente que, paradójicamente ha visto cómo el Comité de Vigilancia Constitucional dictaminaba en contra de un ucase (decreto) presidencial que intentaba controlar la celebración de manifestaciones en la zona central de Moscú. Y, lo que es peor, surgen los rumores sobre el golpe de Estado y el ruido de sables. Por cierto, de diverso signo, pues, contra lo que se ha estado comentando Occidente en las últimas semanas, el rumor de un golpe liberal podía. ser escuchado ya, al menos, al comienzo del pasado verano y de otro lado, algunos militares como el general Makashov, que tienen a su mando un importante cuerpo del ejercito expresan públicamente su preocupación por los ataques al comunismo y al internacionalismo socialista. Claro que más peligrosos aún podría ser quienes piensan como el vehemente general de los Urales y sin embargo permanecen en silencio.
No será este comentarista el que se atreva a opinar sobre las posibilidades de que, tenga lugar un evento de este tipo. Hay razones tanto para pensar que no se va a producir como para lo contrario. Por un lado, la anarquía y la desorganización en que se encuentra el país (seguramente hasta en las propias fuerzas armadas) son tales que no animarán a ningún salvador de la patria a intentar ponerse al frente de un país que parece encontrarse al límite de la ingobernabilidad. También se podría traer a colación la falta de tradición intervencionista en los militares rusos (habría que remontarse a 1826, con el movimiento decembrista, para ver un precedente).
Claro que también cabe encontrar argumentos que avalarían la tesis del golpe, y entre ellos uno- que me preocupa especialmente: el miedo. Un miedo suscitado no solamente por determinados acontecimientos en el exterior, particularmente en Bulgaria y en Rumania —donde una clara victoria en las elecciones no parece ser título suficiente para el ejercicio del poder por antiguos comunistas —, sino también por ciertas actitudes en el interior de la propia URSS. Y es que algunos grupos de la oposición están cometiendo una equivocación que puede traer graves consecuencias: proclamar a los cuatro vientos que los comunistas deben responder ante el tribunal del pueblo. Y no sólo los que en estos momentos están en el partido, pues también se dice que hay que depurar responsabilidades entre los que lo han abandonado con anterioridad. Particularmente preocupante (pues podría hacerse extensible a otros grupos) me parece el contenido de Alternativa, órgano de expresión del Partido Social Demócrata de la Federación Rusa, en cuyo número 1, correspondiente al 30 de mayo- 12 de junio últimos, aparecía una amplia información adornada con una fotografía de la presidencia de su congreso constituyente (en ella, por cierto, están bien visibles el puño y la rosa) en la que se decía textualmente que la única organización en relación con la cual el nuevo partido se declara abiertamente en oposición es el partido comunista, “obligado a ello por la memoria sagrada de los millones de víctimas inocentes llevados al altar del sacrificio por la utopía comunista”. Y añadía que las actividades delictivas de los comunistas “todavía esperan su rendición de cuentas antes el tribunal del pueblo”.
La clave del éxito
No se trata de aplicar fórmulas de la transición española a la soviética. Las diferencias son considerables, aunque sólo sea por la enorme heterogeneidad étnica del país y por su extensión. Pero no estaría de más que alguien indicara a los socialdemócratas rusos, y a todos los que piensan como ellos, que, como se ha escrito, una de las claves del éxito de nuestra transición radicó en el asegurar que ningún español sufriría “perjuicio, cargo o acusación alguna en virtud de supuestas, eventuales o pasadas responsabilidades políticas”.
Los socialistas españoles serían sin duda los más, indicados para dar ese consejo, y no deberían esperar a que sus compañeros rusos ingresen en la Internacional.
Manuel B. García Álvarez es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de León.